jueves, 3 de enero de 2013

El feminismo como proyecto filosófico-político


Con este título, Celia Amorós Puente escribe uno de los capítulos del muy recomendable libro Ciudad y ciudadanía, editado por Fernando Quesada. Este texto de filosofía política es una muy completa introducción a estos temas y queremos hoy detenernos en el capítulo dedicado al feminismo, cuyo título recogemos en el de nuestra entrada, por considerarlo del mayor interés. A continuación, ofreceremos un resumen del capítulo de Celia Amorós, recomendando como siempre la lectura de la obra completa.


Para ilustrar las implicaciones políticas del feminismo hemos de hacer primero las oportunas distinciones conceptuales. Existe en primer lugar un género de literatura femenina llamado "memorial de agravios", que aparece ya en la Baja Edad Media y en el Renacimiento. Este "memorial de agravios"aparece por ejemplo en la obra de Christine de Pizan de 1405 titulada La Cité des dammes, escrita como respuesta al Roman de la Rose, obra en la que Jean de Meun arremete contra la honra de todo el género femenino. La autora de La Cité des dammes desarrolla un discurso que se enmarca en la lógica estamental  propia del lugar y del momento histórico que le tocó vivir. Así, no irracionaliza la división sexual del trabajo en la medida en que se inscribe en una sociedad jerárquica en la que cada estamento (clérigos, nobles, villanos) y, a fortiori, cada género está destinado a cumplir cometidos específicos diferenciables. No hay leyes comunes a los distintos estamentos  porque nos encontramos en el mundo del privilegio y de la excepción, del ajuste "caso por caso". La lógica universalizadora de los derechos es ajena a esa lógica feudal y sólo se impondrá mucho más tarde. Constituirá entonces la plataforma desde la cual las mujeres podrán articular sus vindicaciones, es decir, sus protestas por ser excluidas de lo que implicará la emergencia de abstracciones virtualmente universalizadoras tales como sujeto con capacidad autónoma de juzgar, ciudadano, sujeto moral autonormado, etc. Antes de llegar a estas vindicaciones que se inician en la Ilustración, las mujeres pueden realizar sus "memoriales de agravios", es decir, quejarse y protestar por los abusos del poder patriarcal del que son objeto. Pero les faltan las condiciones histórico-sociales y los correspondientes instrumentos simbólicos y teóricos para poner en cuestión las bases mismas de la legitimidad del poder patriarcal. Habrá que esperar para ello a la influencia social de los principios de la filosofía de Descartes, de las teorías del contrato social así como a las revoluciones francesa y americana.

Si en el ámbito de la influencia social del cartesianismo las mujeres pudieron ser promovidas a sujetos epistemológicos, con la Revolución francesa se van a dar las condiciones para su constitución en sujetos políticos. Para ello fue necesario el desarrollo de la Ilustración como un complejo proceso reflexivo en que la razón, como lo afirma Cassirer, se constituye, no en fundamento de sistemas, sino en una idea-fuerza. Pertrechados con la misma, los ilustrados protagonizan una gran polémica en torno al status quo y sus instituciones en la que emerge la crítica con todas sus virtualidades, poniendo de manifiesto la necesidad de nuevas legitimaciones en diversos órdenes. La crítica a las bases de la legitimidad de los poderes constituidos del Ancien Régime conlleva lo que llamaremos una crisis de legitimación patriarcal. Ya no se trata sólo -aunque también- de denunciar los abusos de un sistema de dominación, sino de irracionalizar las bases mismas sobre las cuales ese poder se sustenta. Para ello, las mujeres encontrarán un recurso que les dará mucho juego: la resignificación del lenguaje revolucionario, que consistirá en el desplazamiento a nuevos referentes de los significados demostrativos de aquellos términos que usaban los revolucionarios para atacar al Ancien Régime. Así ocurre con términos tales como "aristocracia", "privilegio", etc., que son usados haciendo referencia a los varones y a su posición de dominio sobre las mujeres.

Las mujeres, en su resignificación del concepto de Tercer Estado para poder aplicárselo a ellas mismas, ponen de manifiesto la incoherencia patriarcal consistente en irracionalizar los fundamentos sobre los que se basa una sociedad jerárquica para convalidarlos sin embargo en su jerarquización de los sexos, introduciendo así de nuevo la lógica estamental. Al mismo tiempo, las féminas desnaturalizan las heterodesignaciones patriarcales de que son objeto ("el bello sexo") y, en la medida misma en que politizan su situación y su lenguaje, pasan a autodesignarse como sujetos: se asumen como el segundo estamento del Reino. Y, desde ahí, formulan lo que quieren: la condición de ciudadanas. Olympe de Gouges, consciente de la no inclusión de las mujeres en la proclamación de los "Derechos del Hombre y del Ciudadano", escribió en 1792 la "Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana". Las vindicaciones dispersas que se habían ido formulando se articulan en ella formando un cuerpo teórico consistente. Se puede considerar una crítica del malestar en la cultura, tema que se remonta hasta los cínicos y pasa por Rousseau, y que nuestra filósofa modulará irracionalizando las bases de la cultura en tanto que patriarcal. Promociona así la naturaleza a paradigma normativo para poner de manifiesto lo ilegítimo de la dominación masculina. Así, interpela al varón desde una posición de sujeto.

El concepto de ciudadanía es el resultado de llevar a cabo una abstracción de las características adscriptivas, es decir, dependientes del nacimiento de las gentes. Mediante una abstracción tal se irracionaliza el criterio de la pertenencia estamental, desestimando su pertinencia en orden al acceso a la condición de ciudadano. A las denostadas características adscriptivas -por ello se trata de una abstracción polémica- se contrapone el mérito de los individuos como criterio emergente de legitimidad: las mujeres, por ello, enfatizan tener los mismos méritos que los varones cuando vindican la ciudadanía.  Lo hacen aplicando a su caso, por analogía, el criterio en función del cual se ha llevado a cabo la abstracción polémica a la que nos hemos referido, es decir, la consideración de irrelevantes de características adscriptivas  como ser noble o villano a los efectos de adquirir la referida condición. Así, en la medida en que la diferencia de sexo es imputable al nacimiento y no al mérito, es decir, en tanto que es una característica adscriptiva, no debería ser tenida en cuenta a la hora de acceder a la ciudadanía.

El debate, entonces, se va a centrar en torno a si la condición femenina es o no una característica adscriptiva. Para los jacobinos, influidos por Rousseau, la distinción jerárquica masculino-femenino es una distinción conforme a "naturaleza"y eo ipso legítima, versus la de noble-plebeyo que sería fruto del artificio. A los y las feministas les incumbe, pues, demostrar que la distinción entre varón y mujer es, a los efectos de la polémica en cuestión, artificial y producto de una educación discriminatoria.

François Poullain de la Barre asociaba la causa feminista a la irracionalización de los prejuicios, y consideraba que el prejuicio más tenaz y más universal, a la vez que el más carente de fundamento, era el que comúnmente se tenía acerca de la desigualdad de los sexos. En su estela, Mary Wollstonecraft, autora de Vindicación de los derechos de la mujer se niega a acatar poder alguno sustentado en prejuicios, lo que equivale a rechazar la legitimación tradicional del poder, en el sentido de Max Weber, que entendía por tal aquélla que se basaba en que las cosas siempre habían sido así, y demandar en su lugar una legitimación racional, armada con argumentos como corresponde cuando se gobierna sobre seres iguales y libres. Esta autora consideraba que había que rescatar a las mujeres de su subordinación basada en una legitimación tradicional. Del mismo modo que las vindicativas francesas, recurre a la resignificación del lenguaje revolucionario: "Cabe esperar en este siglo de las luces, que el derecho divino de los maridos, como el derecho divino de los reyes, pueda y deba contestarse sin peligro". Esta autora procederá a la irracionalización de las distinciones de rango y de la interrelación de las mismas con las jerarquías sexuales. Sólo considerará legítimo "el rango" que establezcan entre los seres humanos "la razón y la virtud".

Así, a la cuestión planteada acerca de si la diferencia sexual jerárquica era natural o artificial, la respuesta de Mary Wollstonecraft es contundente: el "carácter artificial" de las mujeres y de las relaciones entre los sexos no son sino el producto de una "educación inapropiada". Si se quiere que sea "realmente justo el pacto social, y para extender los principios ilustrados que sólo pueden mejorar el destino del hombre, debe permitirse que las mujeres fundamenten su virtud sobre el conocimiento, lo que apenas es posible si no se las educa mediante las mismas actividades que a los hombres". Afirma también que las mujeres no se convertirán "en ciudadanas ilustradas hasta que sean libres al permitírseles ganar su propio sustento e independientes de los hombres, hasta que se las libere de comer el pan amargo de la dependencia". Le confiere de este modo al concepto ilustrado kantiano de razón autónoma un contenido social preciso. En última instancia, "el uso adecuado de la razón es lo que nos hace independientes de todo, excepto de la misma razón despejada a cuyo servicio está la libertad perfecta".

El filósofo liberal utilitarista inglés J. St. Mill afirmó que "La subordinación social de la mujer surge como un hecho aislado en medio de las instituciones sociales modernas: como violación solitaria de lo que ha llegado a ser su ley fundamental". Presenta de este modo "la esclavitud doméstica" como un flagrante anacronismo de la modernidad. En 1848 tiene lugar la reunión de mujeres notables e ilustres personalidades en una capilla metodista donde proclamaron lo que se conocerá como "la Convención de Séneca Falls", en el Estado de Nueva York, convocada para estudiar "las condiciones y derechos sociales civiles y religiosos de la mujer". Sus referentes ideológicos estaban en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, influida por Locke y con una fuerte impregnación de iusnaturalismo. Las ideas de Locke acerca de la libertad y la propiedad serán fundamentales para las mujeres en orden a vindicar educación, acceso a las profesiones, abolición del régimen de cobertura en el matrimonio y derecho a votar y a poder ser elegida para cargos públicos.

La líder sufragista estadounidense Elizabeth Cady Stanton pronunció en 1854 un discurso ante la Asamblea Legislativa del Estado de Nueva York del más puro corte ilustrado: "Un tirano -la costumbre- ha sido convocado ante el tribunal del sentido común. La multitud ya no reverencia a su majestad [...] el monstruo está encadenado y enjaulado...". La interpelación por incoherencia a los varones -sustancia de toda vindicación- es constante por parte de nuestra sufragista: "si se considera el matrimonio como un contrato civil, entonces que se rija por las mismas leyes que otros contratos", "vosotros, hombres liberales, tratáis a vuestras mujeres como si fuerais barones feudales...", "pedimos todo lo que habéis pedido para vosotros en el transcurso de vuestro progreso...".

Por parte de los marxistas y de cierta izquierda tradicional se tachó al movimiento sufragista de "feminismo burgués" y desentendido por tanto de la problemática de las mujeres trabajadoras. Nada menos cierto. El sufragismo abarcó un amplio espectro de clases. Sus líderes estuvieron abiertas a cualquier problema social o laboral que afectara a la vida de las mujeres y mostraron una total recepción  a los problemas de las mujeres obreras.

Encarceladas más de una vez, las sufragistas fueron quienes inventaron la huelga de hambre y algunas de ellas se vieron sometidas a la alimentación a la fuerza. La colaboración de las feministas británicas en la causa bélica les valió por fin la concesión del voto, algo así como a título de premio al patriotismo. Les llegó la equiparación de su edad electoral con los varones en 1928. Por su parte, las estadounidenses tuvieron ante la guerra una actitud distinta: les parecía un despropósito que su país luchara por la causa de la democracia en el extranjero mientras en su interior negaba el derecho democrático al sufragio a sus propias mujeres. Por fin, se logró el voto femenino en Estados Unidos en 1920.

Los varones asumieron el movimiento sufragista y sus vindicaciones básicamente en torno a dos tópicos: las feministas son en realidad hombres y "las feministas no son sino unas histéricas". Según la primera perspectiva, como expone Simone de Beauvoir: "Existen dos tipos de personas en el mundo: los seres humanos y las mujeres. Y cuando las mujeres tratan de comportarse como seres humanos, se les acusa de intentar ser hombres". Cuando este solapamiento de lo genéricamente humano por la identidad masculina es acríticamente asumido funciona como desactivador de la lógica de la vindicación, que podríamos resumir así: "Si formuláis, varones, algo como genéricamente humano, que se nos aplique en los mismos términos". La fuerza del imaginario patriarcal es tal que ha logrado imponer la imagen de las sufragistas como "marimachos" con problemas de adaptación. En cuanto al segundo tópico, Alicia Miyares presenta "la histeria femenina" como "el contrarrelato masculino, primorosamente orquestado, a la historia sufragista". Según esta perspectiva, los discursos políticos de las mujeres no eran sino efecto de "la inspiración histérica".

Una reacción patriarcal recurrente es lo que podría llamarse "la estrategia de la naturalización". La naturalización tiene una gran eficacia legitimadora: ¿quién podría oponerse a eso que es "lo natural"? A las mujeres hay que dejarlas siempre al menos con un pie enfangado en la naturaleza... Así, la política feminista no puede sino instituirse en "desnaturalización" sistemática del genérico femenino. En la Revolución francesa las mujeres se desmarcaron de su heterodesignación naturalista por parte de los varones como "el bello sexo"para autoinstituirse en "Tercer Estado dentro del Tercer Estado" y adoptar así la posición de sujetos políticos. Las sufragistas hubieron de luchar denodadamente contra la naturalización de que eran objeto irracionalizándola como un prejuicio. Habrá que esperar a la "segunda oleada" del feminismo, la que tuvo lugar en los años 70 del pasado siglo, para que se den las condiciones de una irracionalización más radical a la vez que más elaborada del presunto naturalismo. Y será el feminismo radical el que asumirá fundamentalmente esa tarea.

Los grupos oprimidos, como afirmaba John Stuart Mill, se quejan de los abusos que sufren por parte de sus opresores antes de poner en cuestión las bases mismas de su legitimidad. Podemos añadir que estos mismos grupos irracionalizan los fundamentos sobre los que se basa la presunta legitimidad del poder que los subyuga antes de ponerse a investigar cuál sea su naturaleza misma, su especificidad. El poder patriarcal es desligitimado en la Revolución francesa por su analogía con el poder de los reyes y los aristócratas. Pero, tras experiencias como la de la lucha sufragista y las decepciones femeninas por la poca sensibilidad hacia sus problemas específicos (leyes de matrimonio y aborto, discriminaciones laborales, abusos sexuales) tanto por parte de la izquierda tradicional como de la New Left y el movimiento pro-derechos civiles de los afroamericanos, se vuelve necesaria para las mujeres tanto una autonomía organizativa como una teorización específica de su situación. Así, podríamos caracterizar la autocomprensión del feminismo radical como el correlato teórico de una práctica del feminismo como práctica no subsidiaria. Es esta práctica la que generará el lema "lo personal es político". Se vuelve patente la necesidad de una reconceptualización de la política, dado que la política convencional no parece dar las claves específicas de la subordinación de las mujeres. Kate Millet, la principal teórica del feminismo radical, nos ofrece una resignificación estipulativa del término "política" según la cual "no entenderemos por política el limitado mundo de las reuniones, los presidentes y los partidos, sino [...] el conjunto de relaciones y compromisos estructurados de acuerdo con el poder en virtud de los cuales un grupo de personas queda bajo el control de otro grupo". Es este concepto de la política el que le hace posible teorizar el patriarcado "como dominación universal que otorga especificidad a la agenda militante del colectivo femenino", en palabras de Alicia Puleo. Teorizar el patriarcado significa de este modo dar cuenta de los efectos sistémicos que la dominación masculina tiene sobre las vidas de las mujeres. Y Kate Millet identifica en la sexualidad un elemento sustantivo de esta dominación. Su referente teórico es el concepto de Max Weber de "relación de dominio y subordinación", relación que se pondría, de acuerdo con Millet, de manifiesto en "un examen objetivo de nuestras costumbres sexuales", que lleva a cabo fundamentalmente en el análisis de obras literarias. Es significativo el hecho recurrente de que, cuando las mujeres tienen la pretensión de elevar su estatus en el ámbito político, alguien les recuerda que su verdadero estatus, en última instancia, lo determina la jerarquía sexual. Y sus jerarcas pueden decidir, si lo tienen a bien, "reducirla al estatus de simple hembra". Así, la política sexual es una política paradójica: su designio es la naturalización. No es de extrañar, entonces, que la política feminista tenga como su objetivo la des-naturalización. En este sentido, el feminismo ha venido utilizando polémicamente el concepto de género, de acuerdo con Alicia Puleo, "para rechazar los rasgos adscriptivos ilegítimos adjudicados por el patriarcado a través del proceso de naturalización de las oprimidas".

"Lo personal es político" implica que el ámbito de lo privado no ha de ser un enclave de naturalización que -presuntamente- se autorregularía por sentimientos y emociones personales. Se trata justamente de desnaturalizar ese enclave poniendo de manifiesto que en él se desarrollan relaciones de poder y de violencia. Así debe ser sometido al debate público y, en caso necesario, a la intervención de los poderes públicos. La existencia de ese presunto enclave de naturalización es analizado por la filósofa política feminista Carol Pateman en su obra El contrato sexual. Se propone responder a una característica peculiar de las teorías del contrato social: parten de que, en los orígenes, "todos nacemos iguales y libres". Habría que suponer que las mujeres también. Sin embargo, a la hora de firmar, digámoslo metafóricamente, el contrato, las mujeres han desaparecido. Esta teórica entiende que el poder político, en el imaginario patriarcal, connota poder sexual o control sobre las mujeres. En la versión contractualista de este poder, éste les pertenece a los hermanos que, mediante el contrato, generan vida política. Una cláusula de este contrato hace referencia a la determinación de las condiciones de legitimidad del acceso de los varones a las mujeres (adjudicación de una mujer a cada varón en su espacio privado). A esta cláusula le da Pateman el nombre de "contrato sexual". Y este contrato, que lo es entre varones, es previo al contrato de matrimonio como contrato entre un hombre y una mujer. Las mujeres aparecen, pues, pre-pactadas. La esfera privada, pues, tiene una génesis política. Y es, a su vez, política la maniobra teórica por la que las mujeres son adscritas a los espacios privados de los varones constituidos en presuntos enclaves de naturalización. El feminismo, al reconceptualizar ese ámbito mediante un examen crítico radical de todos los presupuestos, tanto los explícitos como los subrepticios, de las teorías del contrato, amplía a la vez que radicaliza el concepto de lo político. Irracionaliza, al pensarla reflexivamente, la naturalización a la que se adscribe todo lo referente a las mujeres y que funcionaba como expediente de legitimación. Así, podemos afirmar que "lo personal es político". Porque, para la teoría y la práctica feministas, "conceptualizar es politizar".

Poco más de un siglo después de las luchas sufragistas, las feministas nos encontramos con que nuestra representación en los Parlamentos democráticos era mínima. Teóricamente, las instituciones representativas lo son de sociedades de individuos; es decir, de los seres humanos en tanto que tales haciendo abstracción de características adscriptivas tales como las estamentales, de grupos de interés como las clases sociales o de determinados rasgos biológicos social y culturalmente redefinidos como las razas, etc. Pues bien: si "la democracia se autoasume y se presenta como representativa de una sociedad de individuos" tiene que volver operativa la abstracción "individuo" en tanto que tal. Pues bien, ¿qué se derivaría de esta hipótesis contrafáctica? Sin duda, que la variable sexo-género sería aleatoria en los mecanismos de representación. Para representar a los individuos, la variable género tendría que quedar reducida a variable aleatoria: sólo así se traduciría operativamente el sentido mismo de la abstracción. En una sociedad de sexos-géneros jerarquizada o, mejor dicho, en una sociedad patriarcal las relaciones de poder funcionan como mecanismo interruptivo de lo que sería una distribución equitativa entre varones y mujeres de la representatividad política. Pues bien: si ese mecanismo interruptor que es la jerarquización de estatus de acuerdo con el sexo-género funciona distorsionando el acceso a la representación política al producir una hiperrepresentación de los varones y una correlativa infrarrepresentación de las mujeres, habrá que habilitar otro mecanismo interruptor para desactivar ese efecto. Este mecanismo habrá de traducir operativamente la abstracción que se lleva a cabo para considerar a los individuos qua tales. Y su eficacia se contrastará en la medida en que logre que la variable sexo-género se convierta en una variable aleatoria y produzca efectos estadísticamente equilibrados. La interrupción por parte de los mecanismos patriarcales de lo que sería una representación y una participación no sesgados genéricamente debe ser, a su vez, interrumpida habilitando un mecanismo corrector. Sólo entonces se podrá enjugar el déficit de legitimación democrática que produce el que las mujeres no puedan pasar de una "minoría exigua a una minoría consistente". Este mecanismo corrector ha consistido en la introducción de cuotas en primera instancia como solución de compromiso en el camino a la paridad que deberá implementar la plena legitimidad democrática.

Se le ha objetado a la introducción del mecanismo de las cuotas y al establecimiento de la paridad el desactivar el criterio del mérito que, justamente, instituyó en sus orígenes el acceso a la ciudadanía frente a las determinaciones adscriptivas. Sin embargo, analistas del capitalismo tardío tan solventes como Claus Offe han argumentado que se producen en su seno ciertos cambios de carácter organizativo y técnico que hacen cada vez más difícil, si no imposible, evaluar el logro individual. En unas cadenas sumamente complejas de trabajo es muy difícil aislar la variable mérito: mucha gente se encuentra en niveles de logro prácticamente indiscernibles. No obstante, de acuerdo con Offe, el principio del logro sigue funcionando a título de principio legitimador. En estas condiciones, de acuerdo con Offe, el principio en cuestión se cumplimentará simbólicamente. En este contexto, "simbólicamente" significa por criterios de adscripción que tienen menos que ver con el mérito del individuo que con lo que él llamaba "habilidades extrafuncionales". Estas habilidades hacen referencia a disponibilidades incondicionales de tiempo requeridas no tanto por el trabajo en sí como por el cultivo de relaciones con quienes están en determinadas posiciones estratégicas de cara a la promoción; demostración de lealtades e identificación, aceptación de las relaciones de poder en la organización, capacidad de autorrepresentación como deseo de éxito, además de las categoría "naturales" de sexo, raza y vínculos institucionales de toda índole. Cada institución tiene a esos efectos sus propios criterios adscriptivos que operan como mecanismos selectivos, lo que determina que las oportunidades de promoción dominantes funcionan más bien bajo la forma de adscripciones de grupo que sobre la base de la evaluación del individuo. Es evidente que las mujeres estamos en desventaja en lo concerniente a las "habilidades extrafuncionales". Por ello, necesitamos que se nos visibilice como grupo así como crear entre nosotros pactos y redes para contrarrestar lo que de otro modo, dejado a su tendencia "natural", derivaría en una degradación de la política en mafia masculina. Se vuelve así justo y necesario para la legitimación democrática que las mujeres rompamos lo que ha dado en llamarse "el techo de cristal".



Hasta aquí, nuestro amplio resumen del texto de Celia Amorós sobre el feminismo, que nos ha parecido del máximo interés y sumamente esclarecedor sobre el tema.







1 comentario:

  1. Me ha encantado. Me apunto el libro para después del MIR :) Muchas gracias por compartirlo, un saludo!

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